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Acariciando esta tarde mi derecha,
«de pianista es tu mano» has elogiado,
ingenua tu pasión encantadora.
Largos como de cinco octavas
los dedos de esa mano:
útiles para el Liszt
de tu blanco y sensible y caro piano.
Pero tengo otra mano
—la mano sinvergüenza—,
que busca lenta, ávida, corrupta,
con odiosa y adulta impunidad,
tus entregadas vísceras eróticas.
Esta mano, la izquierda,
te iniciará, sutil,
a un impúdico juego destructivo:
Porque sé, por antigua mi experiencia,
que así estrangulará el posible amor
que podría en mi contra subyugarme.
Porque aún no lo sabes por edad:
Soy hombre subyugable
por ojos de mujeres como tú.
© CLAUDIO MADAIRES (CAGB). De su libro Donde los amantes no se atreven
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